• 21/09/2023
  • 6 de minutos de lectura

No eran rockeros, pero…

No eran rockeros, pero…

Por José Domingo Petracchini (*) –

Desde la aparición del Rock and roll, a mediados de 1950, es habitual que el público asocie a sus intérpretes con llevar una vida plagada de excesos o, por lo menos, bastante disipada. A nadie sorprende tampoco si algún artista rompe una guitarra en un recital o se baja los pantalones. Pero si pensamos en compositores de música clásica, nos inclinamos a pensar que eran unos señores muy serios, con una vida totalmente ordenada, que se la pasaban componiendo respetando unos estrictos horarios. Nada más alejado de la realidad. Veamos algunos ejemplos:

Bach y Händel– Nacidos el mismo año, son los autores de algunas de las obras religiosas más célebres de la literatura musical. Uno se los imagina rezando todo el día, pero no. A Bach le gustaba los lujos, el tabaco, el chocolate y el alcohol. Además, se dio tiempo para tener 20 hijos (se casó dos veces), mientras que a Händel le gustaba el vino, la cerveza y el ron. Algunos sostienen que componía mejor cuando estaba bebido.

Haydn– De baja estatura y con la cara afectada por la viruela su imagen no era la mejor, pero era tan popular en vida por su música que las mujeres se peleaban por estar con él.

Beethoven– Su sordera lo volvió una persona irascible. Cuando tenía ataques de furia llegaba a destruir el lugar donde habitaba. Eso hizo que tuviera alrededor de setenta viviendas diferentes.

Schubert– Tenía trastornos de personalidad (lo que hoy llamamos bipolaridad). Asiduo concurrente a prostíbulos, contrajo sífilis y gonorrea lo que probablemente sea la causa de su muerte a los 31 años.

Chopin– Famoso por maltratar a sus alumnos y romper objetos de la habitación donde daba clases porque, según sus dichos, eran niños ricos que no tenían talento. Eso sí, por sus clases cobraba grandes sumas de dinero.

Schumann– Tenía sífilis, fobia a los metales y depresión. Trataba de curarse con hipnosis y sesiones de espiritismo. El resultado final fue que terminó recluido en un manicomio.

Liszt– Su vanidad era tan grande que cada aparición en público y sus conciertos los preparaba detalladamente. El éxito en vida era tal que sus fans coleccionaban cualquier equipo de objetos que le hubieran pertenecido, incluso colillas de cigarrillos que hubiere fumado. Hablando de fumar, era adicto a la “datura fastuosa” (estramonio) que consumía en forma de cigarrillos. Nada que envidiarle a una estrella de rock actual.

Wagner– Otro que tenía un ego más grande que el planeta, pero su mayor defecto fue que era adicto al juego. Finalmente logró superarlo y a partir de ahí ayudaba a otras personas para que dejen el vicio.

Brahms– No tenía vicios, pero siendo ayudado en sus comienzos por Schumann (ante que se volviera loco), en “agradecimiento” terminó siendo amante de su esposa Clara.

Tchaikovski– Su problema, por llamarlo de alguna manera, fue su homosexualidad no admitida que lo llevó, incluso, a contraer matrimonio con Antonina Miliukova con la que no fue feliz. Tras un fallido intento de suicidio arrojándose al río Moscova, tomo agua sin hervir durante una epidemia de cólera falleciendo a los cuatro días de enfermarse.

Stravinski– Cierta vez, para definir a su maestro Rimsky- Korsakov, manifestó que “su música era agresiva como un dolor de muelas y agradable como la cocaína”. A buen entendedor…

Prokoviev– Mimado por el gobierno soviético fue autorizado a importar un Ford desde Estados Unidos. Era amante de la velocidad, pero muy mal conductor, habiendo tenido varios accidentes atropellando ciclistas o transeúntes.

La lista podría continuar, pero para muestra basten estos ejemplos. Llegamos, una vez más, a la misma conclusión. Los artistas que uno admira, a veces hasta idolatrarlos, no son más que seres humanos, con los mismos problemas, virtudes y defectos que podría tener cualquiera de nosotros.

(*) Director del Coro Vocacional de la UNSJ

Fuente: Nuevo Mundo, edición 797 del 21 de septiembre de 2023

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